Haribo es un imperio que, edificado sobre el pilar de una atinada amalgama de secretos y golosinas, es capaz de dibujar sonrisas en los rostros tanto de pequeños como de mayores.

Haribo, la célebre marca alemana de golosinas, se las ingenia para hacer la boca agua tanto a pequeños como mayores. Sus famosos ositos de oro son una dulce tentación a la que pocos, muy pocos, pueden resistirse. Aun así, y pese a que la fama de Haribo no conoce de fronteras y tiene mucho de sideral, en torno a este imperio consagrado en cuerpo y alma a los golosos más incorregibles existen muchísimos secretos sepultados bajo toneladas de azúcar.
En Haribo (que debe su denominación a un acrónimo formado por las dos primeras letras del nombre de su fundador y de su ciudad de origen: HAns RIegel, BOnn) la receta de sus archiconocidos ositos de oro se guarda con celo rayano en la manía (e immune a los espíritus más fisgones) y en la maquinaria que hace posible sus regalices no han posado jamás la mirada ojos ajenos a la propia compañía.
Quien puso la primera piedra (bañada en azúcar) de Haribo fue Hans Riegel, un fabricante de caramelos oriundo de la ciudad alemana de Bonn que antes de explotar su particular mina de los ositos de oro fabricaba dulces para las fiestas de carnaval.
Hombre de naturaleza hondamente curiosa, Hans Riegel andaba siempre afanado en experimentos para alumbrar nuevas golosinas. Del vientre de uno de tales experimentos nacieron precisamente en 1922 los primitivos ositos de oro de Haribo, cuya “flagship store” hemos tenido oportunidad de visitar recientemente en Bonn, su ciudad natal. Por aquel entonces los ositos de oro eran simplemente un producto más (uno de tantos). Casi un siglo después son los que bañan en oro las arcas de la empresa germana.
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En 1945 Hans Riegel fallecía repentinamente víctima de un infarto y sus hijos se vieron obligados a tomar su dulce testigo al frente de la compañía familiar. Paul, el hijo pequeño, se esforzó en mejorar la técnica y la producción de Haribo. Suya fue la maquinaria “ultrasecreta”de Haribo para producir regalices y también la reinvención (para bien) de la receta de los ositos de oro de su progenitor.
Hans, el hermano mayor de Paul, volcó todos sus esfuerzos en el área de marketing y ventas de la empresa familiar. Gracias a él el portfolio de Haribo pegó notablemente el estirón y la compañía se colgó de un nuevo eslogan para proyectar también su azucarado embrujo en los adultos: “Haribo hace feliz a los niños… y también a los adultos”.
A fin de conocer los insondables secretos de su target, Hans Riegel Jr, conocido por el sobrenombre de “doctor” entre sus empleados, leía con fruición tebeos para niños y jugaba incluso con la PlayStation con el último objetivo de acercarse un poco más al alma de su público objetivo y poder hacer así realidad sus sueños más acaramelados.
El “doctor” fue un auténtico visionario del marketing y en 1974 tuvo a bien a fichar a los ases del balompié Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Gerd Müller para protagonizar spots y que se convirtieron en auténticos iconos de la cultura popular en tierras germanas y que bañaron en oro (convenientemente extraído de los osos de Haribo) a los tres futbolistas hasta convertirlos en auténticos héroes.
En 2013, y tras la muerte del “doctor”, Hans Guido Riegel, hijo de Paul, se colocó al timón de Haribo, que a día de hoy mantiene incólume el estatus de emporio de las golosinas pese a los problemas que se han proyectado sobre él como lóbregas sombras en los últimos tiempos.
Haribo era noticia hace sólo unas semanas por el dramático descenso protagonizado en sus ventas en su patria chica, Alemania. Entre enero y julio de este años la facturación de Haribo en tierras germanas se contrajo en aproximadamente un 10%. Peor aún fueron las ventas del buque insignia de la compañía, los ositos de oro, cuya demanda se desplomó un 25%.
Detrás de los problemas de la compañía estaría Hans Guido Riegel, que no habría sido capaz de dar cohesión a la estructura empresarial de Haribo y la habría sumido en un auténtico caos
Los problemas que acechan a Haribo en su Alemania natal han sido endulzados, no obstante, por su rendimiento fuera del país teutón, que sigue siendo afortunadamente formidable.
El oro de los ositos de Haribo, que hace aproximadamente un año copaba titulares (nada halagüeños) por las pésimas condiciones laborales en sus proveedores de cera de carnaúba en Brasil y el maltrato animal al que habrían sido sometido los cerdos de una explotación dedicada a la producción de gelatina, siguen bruñendo y sacando brillo a la imagen de una marca cuyo sabor ha perdido quizás algo de dulzor en los últimos años.
Fuente: marketingdigital.com